Las lecciones olvidadas de la sociedad civil
Hace poco, hurgando en internet sobre el ambiguo concepto de sociedad civil, encontré un texto que afirmaba lo siguiente: en tiempos de estabilidad social, económica y política, la presencia de la sociedad civil se difumina. Por el contrario, en tiempos de crisis, se manifiesta la capacidad de movilización del pueblo y su inconformidad se deja sentir en distintas formas de acción colectiva. La idea quedó rondando mi cabeza pues, ¿no es ése el panorama de nuestro país?
Ejemplos nos sobran. Quizás el caso de Ayotzinapa ha sido la punta de lanza que ha encauzado los reclamos de la sociedad civil, pero sin duda no ha sido el único, de lo contrario no habría tenido tanta resonancia. El trasfondo son los miles de desaparecidos, la violación sistemática de los derechos humanos, el abuso del poder, el enriquecimiento ilícito… Todo ello en un panorama de absoluta impunidad. Y un panorama así difícilmente nos permite seguir indiferentes. Un panorama así reclama nuestra acción. Las respuestas de la sociedad civil ahí han estado, articulándose cada vez con más coherencia, aunque aún falta mucho por recorrer.
De todo esto me queda claro que el desencanto es un poderoso motor para la acción, pero también creo que es necesario buscar lecciones en escenarios un poco más luminosos, aunque no por ello ingenuos. Me refiero a los casos de comunidades que han articulado una respuesta organizada y autónoma frente a condiciones de vida desfavorables, logrando mejorarlas.
Uno de los casos más emblemáticos es el de las comunidades zapatistas, que quizás ahora con más urgencia que nunca, exige una revisión. No sólo tendríamos que escuchar y hacer eco a sus reclamos de igualdad y justicia, sino aprender sobre la forma en la que se han organizado en los Caracoles y las Juntas del Buen Gobierno, sobre el día a día en sus comunidades, sobre la manera en la que han intentado “mandar obedeciendo”. Y no son los únicos. Si ponemos atención a las comunidades indígenas y rurales de nuestro país, vamos a encontrar muchos más casos ejemplares.
En Cuetzalan, en la Sierra Norte de Puebla, hay uno que recuerdo con especial admiración: el de la cooperativa indígena Tosepan Titataniske. Los visité una mañana y escuché a uno de sus miembros hablar apasionadamente de su historia y fundación, haciendo palpable el “Unidos Venceremos” de su lema. Escuché cómo, ante la carestía de productos alimentarios, la falta de programas de educación y salud, el intermedialismo de las cosechas y la usura, el pueblo tomó acciones. Se dieron cuenta que nunca llegaría una respuesta suficiente por parte de las instancias gubernamentales. En pocas palabras: se cansaron de esperar. Hoy, 34 años después, Tosepan Titataniske abarca más de 300 cooperativas regionales. Si eso no es un ejemplo del alcance de una sociedad civil organizada, no sé qué otra cosa pueda serlo.
Nos hace falta interesarnos por estos casos, acercarnos, escucharnos. Si lo hacemos, quizás nos encontraremos con nuevas formas de asumir los lazos comunitarios, porque si algo es cierto en los contextos urbanos es que nos cuesta trabajo entender la palabra “comunidad”. Quizás también palabras como “autonomía”, “compromiso” y “acción ciudadana” se presenten con nuevos tintes. Y quizás, sólo quizás, esas sean justo las lecciones que necesitamos para afrontar de una mejor manera hasta los panoramas más sombríos.
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