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San Juan Chamula: tras las puertas del templo


Entré al templo hacia las 9 de la mañana.


No era mi primera visita.


Hace varios años, quizás unos 10, mi novio y yo hicimos un viaje por carretera hasta Chiapas y, por supuesto, el templo de San Juan Chamula, apenas a 20 minutos de San Cristóbal de las Casas, fue una de las paradas obligadas.


Pero esta vez la experiencia fue muy distinta, aunque supongo que siempre lo es…


Era 9 de diciembre, lo que quería decir que faltaban pocos días para la fiesta de la Virgen de Guadalupe y los peregrinos ya llenaban el lugar. Entraban en grupos, y sus cantos a capela o acompañados de gastadas guitarras acústicas, se mezclaban con los rezos y conversaciones en tzotzil de otros creyentes. Y no eran sólo la música; era también el humo denso de las copaleras que llenaba todo el ambiente, las cientos de veladoras encendidas, el piso alfombrado con agujas de pino, las limpias con huevos y animales que ocurrían a mi alrededor… era todo eso lo que me mantenía con la boca temblorosa y los ojos vidriosos.


Voltee a ver a mi compañero de trabajo con quien estaba haciendo el viaje a Chiapas. Supe que él, tan preocupado siempre por seguir el itinerario en tiempo y forma, no iba a ver el reloj en un buen rato. Qué más daba si se nos hacía un poco tarde. Los dos sentíamos que estábamos ante algo importante.


Y es que el propósito de esta visita al templo de de San Juan Bautista era muy diferente que el de la primera vez. Esta vez no eran unas vacaciones.


Estábamos ahí para preparar un viaje educativo con un grupo escolar al que llevaríamos más adelante. Por eso, me había preparado leyendo sobre los tzotziles: había leído sobre sus usos y costumbres que tan celosamente han conservado, sobre sus hermosos trajes bordados, sobre el sincretismo de sus prácticas religiosas. Quería que los alumnos de prepa a los que íbamos a llevar, pudieran entender todo esto. Pero estando ahí me di cuenta que a veces el entendimiento no es suficiente. Me pareció grosero querer descifrar y diseccionar estos actos de fe. Quizás lo mejor era vivirlos, atestiguarlos discretamente y dejarse conmover por ellos. Porque si de algo estoy segura tras tantos viajes de trabajo en mi país, es que el conocimiento nos sirve de muy poco si no nos dejamos con-mover por la realidad, es decir, si no nos movemos con ella.


Al final, cuando salí del templo pensé que era una gran ventaja que no nos permitieran tomar fotografías.


De haber tenido la oportunidad, hubiera sacado la cámara y hecho clic, clic, clic hasta el cansancio para intentar aprehender aquello que me pareció tan extraordinario. En vez de eso me vi obligada a sólo vivirlo, sin llevar conmigo imágenes que acabarían por convertirse en un souvenir. Tras las puertas del templo se quedan los rituales tztotziles, salvaguardados de nuestras palabras y teorías, protegidos de nuestro uso indiscriminado de la imagen fotográfica.


Así está mejor, pues la prueba de esa experiencia se queda sólo en mi maleable memoria. Y con ello crecen las ganas de regresar a San Juan Chamula, de viajar y seguir viajando para conocer y dejarme conmover por lo que sea que haya ahí.


www.proyectomomo.org


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